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jueves, 8 de octubre de 2009

"OTROSÍ" NRO.7 - Noviembre de 1998 "EL MUNDO QUE SE ESTÁ LEVANTANDO ANTE NOSOTROS"

"OTROSÍ" NRO.7 - Noviembre de 1998


"EL MUNDO QUE SE ESTÁ LEVANTANDO ANTE NOSOTROS"


Es mucho lo que ha sufrido el país como consecuencia de la guerra subversiva; ahora se nos quiere hacer creer que en realidad ha sufrido en razón de la guerra antisubversiva. Dedicamos los números anteriores -y lo mismo haremos en los siguientes- a demostrar que primero fue la Subversión y después y como una reacción condigna se produjo la Represión que básicamente constituyó una Guerra Justa. Este es el punto principal y primero a considerar y sin su aceptación los contendientes de ayer continuarán siendo los enemigos de mañana y, en definitiva, la sociedad argentina prolongará sin término -por lo menos hasta que desaparezca el último de los protagonistas- su actual estado de desconcierto en el que la sumió una bien planificada campaña mediática nacional e internacional.


Esta feroz trampa dialéctica amenaza con desembocar en una nueva república que ya se va diseñando, centrada en el relativismo moral y en la adopción de un humanismo de claro cuño izquierdista: se absolutiza la democracia como un fin en sí misma y, por lo tanto, sin necesidad de legitimarse constantemente (como debe ocurrir en los otros regímenes políticos), se barren las nociones de bien y de mal de manera que la ética ya no puede "discriminar" entre lo admisible y lo inadmisible, entre lo sublime y lo aberrante; el decálogo en el que desde siempre fuimos formados es sustituido por las versiones más confusas y equívocas del maleable código de los derechos humanos (como si hasta su llegada no hubiera habido un derecho para los hombres); la justicia se pone al servicio de la ideología; al mismo tiempo y sin que se lo advierta, se va levantando el más intransigente sistema de dogmas que no admite el mínimo desconocimiento y un formidable aparato inquisitorial se pone en marcha atravesando las fronteras, las soberanías y la voluntad de los estados nacionales.-


Parece que se está ante una maquinaria implacable que crea un nuevo orden al tiempo que destruye el anterior sin piedad ni remordimiento; es decir que dibuja un hombre distinto, sometido a leyes e instituciones diferentes.


Todo bajo la apariencia de un consentimiento general al mejor estilo democrático. En realidad nunca los individuos estuvieron tan lejos del poder de decisión que cada vez más y en la misma medida en que mejor se oculta, se centraliza en muy pocas y desconocidas manos. Esta situación -de la que muy lentamente tomamos concieencia- afecta nuestra vida diaria y nuestras libertades concretas. Consumimos lo que nos imponen, pensamos según se nos sugiere, enjuiciamos y valoramos bajo la presión de un discurso único que no tolera discrepancias, actuamos según modelos que nos son transmitidos desde usinas de publicidad.-


Ha triunfado la izquierda; pero no cualquiera -aquélla más o menos reformista y chillona pero que no dejaba de ser simpática, de consumo apto para paladares burgueses- sino la misma que fue derrotada por las armas y que hoy vuelve bajo las formas de un amoralismo radicalizado y, sorpresivamente, por el camino de una globalización judicial: por todos lados aparecen audaces jueces dispuestos a cobrarse el precio de aquella derrota y atribuyéndose una autoridad que no tienen -y que saben que no tienen- para perseguir a sus vencedores que son, precisamente, los defensores del viejo orden que odian.-



"PORQUE EL GENERAL BALZA TIENE QUE IRSE"


Si la sociedad argentina está sufriendo los efectos de la nueva acción subversiva llevada a cabo por la izquierda internacional -cada vez más internacional- consistente en una guerra mediática que no deja pensar y que, incluso, sanciona al pensar libremente, no cabe duda que el segmento más perjudicado -como que a él están dirigidos los más frontales ataques- es el militar.-


La guerra mediática a que nos referimos tiene varios objetivos y metodologías y fundamentalmente, tiende a desestabilizar a la sociedad en que se instala -acelerando el proceso de crisis en que con toda evidencia se encuentra-.


Pero incluso llega a contar con los cómplices más inesperados y conspicuos. Por ejemplo, el general Martín Balza en primer lugar. Fue él quien hace más de tres años pidió públicamente perdón por los "excesos" de la represión. Es indispensable insistir en el hecho que la represión constituyó una guerra justa en su acepción más conspicua. Por los desbordes que se producen en el ejercicio de la violencia -y en especial en una de las de características de la Guerra Contrarrevolucionaria en que se juega constantemente a todo o nada- no se puede juzgar una guerra y nunca se procedió así.


Pero el general Balza no lo entendió y, aparentemente obsesionado por el peso de supuestas culpas -no se sabe porqué‚ especulación política, porqué propósito personal o porqué teorema moral- decidió cargar sobre sus espaldas (o, mejor dicho, sobre las de la institución que dirige) la responsabilidad no sólo de tales abusos sino que renegó del espíritu mismo de la Guerra victoriosamente librada contra el terrorismo organizado.-


Puso en cuestión -colocándo de esta manera en sintonía con el discurso de la izquierda posarmada- la legitimidad de la represión, ensució sus principios y negó su absoluta necesidad confundiéndolos con esos abusos y reduciéndolos a ellos.


Aceptó -¿ estólida, dolosamente?- la reflexión y los supuestos no demostrados del enemigo, empezando por quitarle el carácter de tal. En el mejor de los casos habrían sido -en la curiosa filosofa del general- jóvenes equivocados pero bien intencionados a los que, en ultima instancia, hay que comprender y ... perdonar aunque ellos no perdonen.


Los sacrificios sin cuento de los superiores, pares y subordinados del entonces joven oficial y hoy comandante del Ejército argentino, a lo largo de dos décadas, fueron sumergidos en la incomprensión y lanzados a la condena pública. Pero por parecerle poco este reconocimiento unilateral de la culpa de su institución -y ante el elocuente silencio de los enemigos a los que se dirigía y que, a su criterio, habían dejado de serlo- lo reiteró, por lo menos, en dos ocasiones más: en tres oportunidades el general Martín Balza, buscando no se sabe qué humilló a la institución a su cargo y abrió el camino para que su colega de la Armada hiciera lo propio. Todo para nada porque ningún militar mejoró su situación ante los jueces ni ante la izquierda acusadora. Si su intención fue recomponer la imagen del Ejército (a la que él contribuyó a enturbiar) decididamente fracasó.-


En tanto, el Ejército se desintegra en lo humano; somete a sus hombres a la contradictoria bajeza de tener que pedir su retiro -traicionando así su vocación- para mejorar sus ingresos. Es más: los somete a la indignidad de recibir la acusación de una sociedad inspirada por los medios manejados por la izquierda e influida por actitudes como las que comentamos. Pero también el Ejercito -a la par que marginaba a sus mejores elementos- se desarmaba; paralizado por los presupuestos históricamente más bajos llegó, como las otras armas, a la inoperatividad más inocultable y esto en momentos en que Chile iniciaba en la región una carrera armamentista que nuestras FF. AA., manejadas por individuos como Balza, no estuvieron en condiciones de sostener. Humillado en lo interno y desairado en lo exterior, ilegitimado para atender conflictos locales y paralizado para asegurar la defensa nacional, el Ejército tiende a volverse inútil, incomprensiblemente inútil para una sociedad cada vez más ganada por una cultura de izquierda que no tiene contrapesos y se puede decir, que cuenta con el aval más o menos implícito de jefes como Balza.-


Pero éste fue más allá ; sin estudios previos de ninguna clase y bajo la presión de la irracionalidad despertada y manejada a partir de un homicidio, promovió o aceptó la supresión del servicio militar obligatorio con lo que de un día para otro modificó no solo la estructura del ejército sino la función histórico-social que venía desempeñando desde la implantación de ese tipo de milicia, que fue la de integrar o reintegrar a los ciudadanos de todo el país en torno a una convivencia sacrificada pero fructífera con lo que se completaba y se complementaba la integración geográfica que estaba culminando en los primeros años del siglo.


Pero al comandante en jefe le quedaba otro tramo que recorrer en sus aventuras y desventuras para colmar el vaso del deshonor militar. No tardó en hollar el camino del delito según todas las apariencias.- Hoy no ya las sospechas sino las acusaciones concretas llueven sobre el comandante y son del peor calibre, de esas que ensucian la hombría de bien al develar una formidable capacidad de perversión en el sujeto. Nos referimos, claro está, a su presunta involucración en el millonario tráfico de armas cada vez más investigado y cada vez más oscurecido. En verdad que resulta difícil creer que semejante transferencia de elementos -que pareciera no provenir solamente de Fabricaciones Militares sino del propio Ejército- se llevó a cabo en ignorancia del jefe superior o que, por lo menos, éste no haya tomado conocimiento aunque sea indirecto. Muchos de sus dichos aparecen desmentidos por declaraciones de otros oficiales y, mientras tanto, la pesquisa judicial se ve trabada.-


Otra acusación sencillamente atroz es la de haber admitido, facilitado o promovido la condena de un oficial y de dos soldados por el asesinato de otro conscripto, todos ellos inocentes extendiendo lo que desde entonces empezó a llamarse "cadena de encubrimiento". No sólo mintió -pues habría caido en el perjurio reiterado- sino que se benefició o permitió que otros se beneficiaran con un error judicial o con la injusticia que quebró tres vidas. Es difícil imaginar una inescrupulosidad mayor, una perversidad más acabada.-


Por lo tanto -y, posiblemente, por otras varias razones que ahora se nos escapan- el general Martín Balza no puede continuar al frente del Ejército argentino al que humilló primero, desnaturalizó después y deshonra ahora con su sola presencia. No es posible que el jefe superior se muestre no sólo inepto sino inmoral y que no salga a dar explicaciones -si es que las tiene- aunque no se las pidan a nivel oficial. Y no deja de ser sugestivo que el propio FREPASO -tan alerta y sensibilizado siempre cuando de atacar al estamento militar se trata- haya dejado de lado su nombre (y el del presidente Menem) a la hora de pedir la investigación de los responsables del contrabando de armas. Y que tampoco a nadie se le haya ocurrido pedirle un enjuiciamiento porque por su complicidad o tolerancia se hubieren condenado a tres inocentes.-


La virtud cardinal del militar es, después de su amor a la patria y su capacidad de sacrificio, la del honor. No se puede vestir el uniforme ni -muchísimo menos desempeñar la máxima jerarquía- cuando las evidencias de delitos y de inmoralidades ensucian sus nombres y se guarda un silencio cargado de sugerencias. Aquí sí y por esto que le incumbe de modo directísimo y personalísimo el general Martín Balza debe dirigirse a la sociedad y pedirle un sincero y dolorido perdón. Y luego retirarse.



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