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viernes, 15 de enero de 2010

"OTROSÍ" Nro. 32 – octubre del 2001 El poder judicial se cobra otra víctima

"OTROSÍ" Nro. 32 – octubre del 2001

El poder judicial se cobra otra víctima

Es el capitán de navío Jorge Enrique Perren a quien, por las dudas y en probable cumplimiento de instrucciones políticas, se le impuso la detención en una instalación naval en lo que constituye un claro acto de prejuzgamiento.

No se sabe bien porqué, con qué pruebas, en aplicación de qué derecho ni siquiera con qué resultados el juez Claudio Bonadío - antiguo abogado junior del estudio del ex ministro y actual senador Carlos Corach - ordenó la detención del militar.

Quizá no sea un antecedente menor el que el magistrado haya pertenecido al extinto y harto desprestigiado Consejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires, cuya gestión y memoria nadie se atrevió a defender nunca. Pero también su presente lo condena; por lo menos la autoría indiscutida de un doble homicidio - producido con arma de guerra y proyectil prohibido de su propiedad alegando legítima defensa - aparece sumamente confusa (en la vecindad de un templo macumba al que el señor juez se dirigía en el momento del incidente).

Ahora ordenó - estando provisoria y casualmente al frente de un juzgado que no le pertenece - la detención por supuestos delitos cometidos hace 25 años en territorio argentino para, como serían sus deseos, ponerlo a disposición junto con otro grupo de militares, del tétrico juez español Baltasar Garzón cuya incompetencia en estos casos constituye una doctrina oficial.

Bonadío - y esto vale como una definición - es uno de los fieles de "la servilleta" que el entonces ministro del Interior le entregó a Cavallo para que quedara tranquilo.

En estas condiciones, con estos magistrados la república terminará despedazándose porque se volvería a un estado pre-judicial donde la convivencia se torna imposible.-


¿Hay dos terrorismos?

Los sucesos de Nueva York y Washington del 11 de septiembre fueron crudelísimos, dignos del mayor repudio y merecedores del más severo castigo. Fueron actos de terrorismo tan repudiables como todos - absolutamente todos, definitivamente todos - de esa índole.

Esto descontado y sin admitir ninguna otra discusión acerca de las razones, explicaciones o justificativos que se pudieran alegar para cobrarse más de 6000 vidas, producir una catástrofe económica y un trauma colectivo - amén del eventual ingreso, como algunos prevén, a una nueva era histórica posguerra fría y preludio de una tercera guerra caliente - no podemos menos que comentar una actitud casi unánime, una omisión en la que todos los comentaristas y comunicadores en la Argentina incurrieron, con alguna ligera excepción.-

Nos referimos a la utilización - maliciosa en la mayoría de los casos - del argumento que consiste en afirmar que la Argentina tiene el deber de intervenir en esta inesperada cruzada contra el neoterrorismo por el hecho de haberlo sufrido en carne propia, esto es de tener una experiencia reciente

¿Cuál es ésta?

La buena memoria de nuestros políticos se remite y limita a los atentados contra la embajada de Israel y el local de la AMIA; fueron éstos, sin duda, agresiones vandálicas que merecieron el repudio generalizado de la sociedad argentina y ante los que el estado movilizó sus mecanismos de inteligencia (con la colaboración de algunos extranjeros) y judiciales.

Y aunque no se llegó a ningún resultado cierto el esfuerzo se realizó y si no se pudo ir más allá fue porque el enigma que rodeó a los sucesos, las características del agresor -lejano, envuelto en las sombras y escondido bajo mil rostros como hoy- no lo permitió. Fue un episodio que pertenece a una guerra que no nos involucra y a la que somos ajenos.

Por supuesto en tales condiciones, no obstante su evidencia, las quejas (algunas agraviantes llevadas a cabo por vía diplomática) fueron abusivas e injustas porque todos sabían o debían saber que las investigaciones, por más prolijas que hubieren sido, no podían arribar a otra conclusión que a las que, efectivamente, llegaron: la detención de un delincuente de menor monta y de cuatro policías que más bien por omisión que por acción, habrían participado -de un modo secundario- en los ataques. Todo esto sostenido al parecer por una serie de pruebas harto dubitativas y discutibles.-

Lo dicho valga como exordio a nuestro razonamiento. Ahora deseamos afirmar lo que otros olvidan o niegan.

Nuestro país fue no sólo escenario sino víctima del terrorismo antes del manifestado en las voladuras de la embajada y de la mutual judías. El terrorismo marxista o paramarxista que todos se pusieron de acuerdo en dejar fuera de consideración, se desenvolvió en las décadas de los 60, 70 y 80, fue sistemático e internacional como que se lo diseñó en el extranjero y contó con mercenarios de afuera que lo aplicaron sobre el pueblo argentino y sus fuerzas armadas y de seguridad; sus víctimas fueron argentinos y los bienes destruidos también.

Finalmente y gracias a una acción mancomunada de la sociedad con sus militares y policías se lo derrotó tras ímproba lucha cuyos ecos aun perduran. Pero los que huyeron vencidos volvieron triunfadores, ahora viven entre nosotros, prosperan e, incluso, ejercen franjas de poder y cuentan con no pocos aliados y cómplices en otras que les facilitan su permanencia y su comportamiento al tiempo que coadyuvan a olvidar su pasado. Y los que no, resultaron amnistiados y, de alguna manera, legitimados junto con sus principios. En el peor de los casos habremos de temer no un tercer atentado sino el número ... ¿quién lo puede saber después de 30 años de horror?

Pues bien,

ese terrorismo "local" ¿no fue?.

Y si lo fue ¿no merece reprensión legal y moral así como antes mereció represión militar?

¿Qué diferencia entre el que nos asoló durante décadas y éste que acaba de estallar en Estados Unidos?

¿Los "nuestros" tenían inspiraciones más nobles para matar y destruir que estos supuestos islámicos fundamentalistas a los que se acusan también de matar y destruir?

¿Qué diferencia uno del otro?

Entonces que se nos explique porqué el estado argentino - tan proclive a perdonar, incorporar e indemnizar a los terroristas de otrora - se muestra tan enérgico y dispuesto a tomar las armas que ya no tiene para castigar a terroristas que no conoce y que dañaron a un país que no nos concierne que, por lo demás, dista de encontrarse indefenso ni debilitado.

La tesis implícita parece ser que hay un terror más culpable y condenable que otro, uno bueno y otro malo y la distinción estaría más en la dimensión del agraviado que en la del agravio mismo. O sea que se sopesa la condición del atacado antes que la naturaleza del ataque y la responsabilidad del atacante; se disculpan los atentados cometidos por ideología en tanto se sancionan los realizados en nombre de una religión. El marxismo violento es perdonable pero el islamismo agresivo es vituperable.-

Esta duplicidad es inmoral e irracional y, sin embargo, fue adoptada por la sociedad toda en función de un discurso único que arranca de una explosión sentimental generada mediaticamente.

Por eso es que los comunicadores y los políticos están interesados en que no se recuerde aquel terrorismo pasado y hacer como si nunca se hubiese dado. Prefieren enfrentar a este nuevo, que se desarrolla fuera de casa, que recordar aquel que se instaló en la nuestra.

Si Ben Laden es el verdadero responsable de la voladura de las Gemelas y del Pentágono - y por eso hay que perseguirlo y exterminarlo, tarea a la que nuestro gobierno se ha sumado a lo menos en su declamación - idéntica actitud hay que tomar con respecto a los que desataron el horror en su momento en la Argentina.

Ni la embajada israelí ni la AMIA fueron los primeros actos de terrorismo en el país; una honesta mirada atrás o la consulta de cualquier manual sobre la historia del terrorismo en la Argentina, de los varios que fueron apareciendo, llevan a la conclusión contraria.

Disimular este hecho evidente es contribuir a la confusión y a la desinformación. Es facilitar el olvido de un pretérito que sigue siendo muy elocuente y que, a la luz de los acontecimientos del norte y al borde de iniciarse una guerra global, readquiere su significado más propio y trágico del que había sido despojado por la acción de un palabrerío martillante que no deja pensar ni recordar.-

Otro interrogante que nos limitamos a asentar para que se reflexione sobre él: la sangrante Colombia, víctima del terrorismo más salvaje y continuado ¿no merece ni necesita una respuesta así de enérgica y global como la que proponen - y llevarán a cabo - Estados Unidos y su brioso presidente?

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Dr. Víctor Eduardo Ordóñez
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